Tu reacción hacia una situación o evento potencialmente estresante está regida por una serie de factores como edad, salud y entorno. Sin embargo, tal vez lo más importante de todo sea la manera como has lidiado con el estrés en el pasado. Por ejemplo, un historial de buen manejo del estrés forma una resistencia que puede ayudarte a navegar por situaciones que otros consideran difíciles.
El primer paso para enfrentar tus disparadores personales es identificar lo que te estresa. Por lo general los principales tipos son estos:
Todo cambio tiene un elemento de estrés, incluso algo disfrutable como irte de vacaciones, precisamente porque requiere de adaptación a circunstancias nuevas. Sentir un poco de tensión puede llegar a ser bueno, pues funciona como un estímulo para mejorar nuestro desempeño.
Para la mayoría habrá momentos en que se nos junten situaciones demandantes de la vida, tales como mudarnos de casa, jubilarnos o la muerte de un ser querido. Sin embargo, con frecuencia no logramos reconocer la gran cantidad de presión que estamos enfrentando. Ya que no tenemos una capacidad ilimitada para adaptarnos al cambio, es recomendable cuidar de nuestra salud en caso de que repentinamente tengamos que adaptarnos a una serie de cambios de vida de manera simultánea.
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En 1967, los doctores Thomas Holmes y Richard Rahe, investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington, elaboraron la “tabla del estrés”, diseñada para medir el nivel de este sufrido durante un periodo determinado.
Esta tabla presenta una lista con las situaciones estresantes más comunes experimentadas por una persona promedio durante su vida, y le asigna puntos a cada una. Sus resultados sugirieron que quienes experimentaron una mayor cantidad de situaciones causantes de estrés tenían más probabilidades de enfermarse, que aquellos cuya vidas había estado relativamente tranquila durante el mismo periodo.
Cuando hagas la prueba ten en cuenta que sus rangos no consideran diferencias individuales, y que no a todas las personas les afectan las situaciones de la mis- ma manera; hay quienes se adaptan mejor que otras. También es significativa la manera en que interpretas los efectos de cierta situación de vida.
Por ejemplo, si un divorcio es más un alivio que una agonía, no será tanto el daño, aunque los cambios prácticos que conlleva —cambiarte de casa o tener un ingreso menor— sí pueden golpearte. La jubilación es otro ejemplo: para algunas es la recompensa esperada por los largos años de esfuerzo, pero otras se sienten preocupadas por la pérdida de identidad vinculada con su vida laboral.
Perder a alguien a quien amas es un suceso traumático y estresante. Aunque la pérdida puede darse como consecuencia de una separación o un divorcio, la muerte de un ser querido causa una pena más intensa. Puedes llegar a sentir que el dolor tan fuerte nunca terminará, y enfrentarlo puede ser difícil si no sabes cómo mostrar tu pena.
Las emociones reprimidas pueden manifestarse como síntomas físicos, incluyendo dificultades para dormir o problemas digestivos, náuseas y una baja de las defensas del organismo, todos signos de la respuesta del cuerpo al estrés. La persona que está en duelo incluso puede sufrir ataques de pánico.
Hacer ejercicio, comer bien y dormir lo necesario te ayudarán a sentirte mejor. Es importante recordar que este no es el momento para hacer cambios innecesarios, así que no te mudes a un vecindario nuevo, a menos que tengas que hacerlo. Acumular demasiado estrés en un mismo momento puede ser aún más dañino para tu salud.
Las etapas del duelo —impacto, enojo, desesperación, negación y, a la larga, aceptación— no siempre aparecen bien definidas y es normal ir y venir de una a otra. No hay ninguna forma mala o buena de enfrentar un duelo; el proceso puede llevar mucho tiempo y no debes tratar de acelerarlo. No lo vivas en soledad; busca el apoyo de tu familia y tus amistades. A muchas personas les resulta útil acudir a un especialista durante este periodo. Consulta a tu médico general para que te recomiende a un psicoterapeuta profesional.
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