Ignorar el sufrimiento es una especie de manda en nuestras sociedades occidentales, como si vivirlo estoicamente nos hiciera mejores personas. Con este programa de seis pasos, puedes mejorar tu forma de vida y controlar los ataques de dolor.
En la vida cotidiana, el dolor puede ser una experiencia común que afecta nuestra calidad de vida y bienestar. Desde dolores de cabeza hasta dolores crónicos, todos hemos experimentado alguna forma de dolor en algún momento.
Sin embargo, existen formas de abordar y minimizar el dolor para llevar una vida más saludable y sin dolor. En esta primera parte abordaremos: la forma en cómo enfrentas el dolor, cómo pedir ayuda y la actividad física.
Mantener una visión positiva es una herramienta sorprendentemente poderosa que siempre está a tu disposición. Establecer metas y objetivos, resolver los problemas que se presentan, recompensarte por intentar una nueva terapia, encontrar apoyo de distintas personas y apreciar tu progreso son estrategias que te conducirán a una vida con menos dolor.
Tu sufrimiento es real; no permitas que nadie —ni tú mismo— te diga lo contrario. Ser realista respecto de las formas en que tu problema afecta tus emociones, tus relaciones y tus actividades diarias es el primer movimiento hacia la mejora. Te damos algunos consejos para lidiar con tus aflicciones.
No tiene sentido sufrir en silencio, aunque mucha gente crea que debe hacerlo. Los especialistas calculan que entre 50% y 80% de las aflicciones pueden calmarse e incluso eliminarse. No escuches a las personas negativas o a los médicos que te dicen que no se puede hacer nada. Si piensas que tu caso es incurable, no buscarás alivio. He aquí algunas formas para evitar convertirte en víctima.
Una enfermedad no es algo por lo que tengas que dar gracias, pero hay muchísimas cosas en tu vida por las cuales sentirte feliz. Centrarse en ellas te dará una mejor perspectiva mental y física.
Estudios científicos muestran que las personas capaces de expresar gratitud son más felices y también más sanas. Por ejemplo, en un estudio de la Universidad de California, se pidió a algunas personas que escribieran cinco cosas por las cuales se sentían agradecidas, una vez por semana durante diez semanas.
A un grupo de control se le pidió pensar en cinco problemas. Al final, los agradecidos se sentían más optimistas y más satisfechos con la vida, se ejercitaban más y tenían menos síntomas físicos. Te damos algunas sugerencias para crear o fortalecer una actitud de agradecimiento.
No es un truco de hipnosis o de mera sugestión; puedes usar tu mente para aliviar el dolor. Te explicamos cómo.
Tu médico de cabecera puede ser maravilloso, pero quizá no esté al tanto de los últimos métodos para tratar el dolor. Si todavía sufres considerablemente, necesitas uno o varios especialistas: un fisioterapeuta, un psicólogo, un acupunturista o incluso un nutriólogo.
Encarar los tratamientos médicos es más o menos lo mismo que arreglar el techo: si el primer trabajador no puede repararlo, prueba con alguien más. Lo que no hay que hacer es vivir con una gotera. Aquí te dejamos algunas formas para saber cuándo otear otros horizontes de salud.
“Especialista en dolor” es un término que abarca a anestesistas, neurocirujanos, psiquiatras y a los enfocados en medicina física. Algunos ofrecen solo medicación, mientras que otros aportan un enfoque multidisciplinario. Para tomar una decisión, evalúa los siguientes consejos.
Una vez que encuentres a un especialista adecuado, una de las claves para el éxito de tu tratamiento es la comunicación. Prueba estos nortes y aprovecha al máximo tu próxima consulta.
Más allá de los médicos, otros tratamientos forman parte de tu paquete de alivio. Esta es una muestra de algunos de ellos.
El ejercicio mantiene el cuerpo flexible y mejora la circulación. No importa lo que hagas, lo fundamental es realizar actividad física con regularidad.
Cuando sufres, el instinto natural es quedarte lo más quieto posible. Si tienes un dolor agudo, como una inflamación severa de las articulaciones o algún desgarre muscular, generalmente se recomienda descansar, porque el movimiento en ocasiones agrava el daño.
De la misma forma, si tienes una dolencia crónica, puede ser que te parezca difícil incorporar el ejercicio en tu vida.
Sin embargo, los músculos que no se usan se hacen más pequeños, débiles y propensos a lesiones. En particular, los artríticos necesitan mantener las articulaciones tan ágiles y flexibles como les sea posible.
La falta de movilidad puede hacerte sentir débil, fatigado, sin aliento, y tu circulación se verá afectada. La inactividad por un largo periodo puede causar daños en los huesos, lo que hace que sea mucho más difícil recuperarse de una enfermedad. Para evitar condiciones dolorosas, se recomienda el ejercicio regular.
Hay una amplia variedad de actividades disponibles. Si tienes una enfermedad dolorosa, deberías consultar a tu doctor o fisioterapeuta sobre cuánto y qué tipo de ejercicio hacer para que te ayude a aliviar tu malestar. Por ejemplo, si sufres de la espalda o de articulaciones rígidas que puedan estar sujetas a mayor tensión por levantamiento de pesas, mejor nada. Por otro lado, si sufres de osteoporosis, el gimnasio puede ser lo que necesites, ya que fortalece los huesos. También es útil pensar en estilos no convencionales: el tai chi y el yoga, por ejemplo, pueden ser muy benéficos para las molestias en cuello y hombros.
La mayoría de los expertos concuerdan en que el nivel ideal de actividad para adultos que buscan mantener su salud y disminuir la posibilidad de dolores futuros es de 20 a 30 minutos de ejercicio que aumente el pulso y la respiración por lo menos tres veces a la semana. El tiempo que puedas ejercitarte dependerá de tu actual condición física y el nivel de dolor que tengas, pero investigaciones recientes demuestran que incluso pequeñas cantidades diarias (ráfagas de 5 o 10 minutos) pueden hacer una enorme diferencia.
El movimiento regular trae mayores beneficios que los desplantes eventuales. Hacer ejercicio diario sin pausa durante solo 12 minutos le dará mejor condición física al cuerpo al mejorar la eficiencia del corazón y los pulmones.
Para consolidar una rutina, hazla a la misma hora cada día por 30 minutos o más. Escoge un estilo que encaje en tu vida actual. Puede ser tan simple como correr a la tienda en lugar de conducir o pedir entrega a domicilio.
Para las personas que no se hayan ejercitado por mu- cho tiempo —ya sea por elección o por inmovilidad debida a una enfermedad—, es esencial pedir consejo médico antes de comenzar cualquier régimen; de otro modo, podrías excederte.
Si has decidido iniciar un nuevo programa, recuerda utilizar ropa holgada y cómoda, como pants o shorts ligeros, con playeras de algodón que permitan al cuerpo respirar. Las mujeres también deben asegurarse de utilizar un sostén adecuado. Para deportes rápidos, utiliza tenis resistentes y antiderrapantes, con suelas acolchadas que reduzcan el impacto en rodillas, cadera y columna; también son esenciales al trotar o correr. Todas las rutinas de ejercicio requieren calentamiento —previene lesiones— y enfriamiento —regresa el corazón a su ritmo normal—.
Si están rígidas por la mañana, puedes ayudar a aflojarlas con un baño caliente (en regadera o tina) antes del ejercicio. Después de tu baño, extendiéndelas suavemente y flexiónalas tanto como puedas hacerlo con comodidad.
Un ligero masaje con aceite de oliva tibio ayuda a mejorar la flexibilidad y la circulación; por tanto, previene los espasmos musculares (calambres).
Probablemente los músculos se sentirán adoloridos el día siguiente de comenzar un programa de ejercicios. Aquí tienes cómo hacer que se recuperen más rápido.
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