Nuestros pulmones son un complejo sistema de defensa, pues filtran ciertos gérmenes y otros agentes extraños. Primero, los cilios —pequeños vellos en los bronquios— ayudan a arrastrar los materiales indeseados a la boca; la mucosidad producida en las paredes de las vías aéreas contribuye a mantenerlas limpias y lubricadas y las células de los propios pulmones contienen enzimas que barren los gérmenes invasores.
Al pasar de los años, los pulmones se vuelven más rígidos. La capacidad pulmonar total, es decir, la cantidad máxima que pueden contener estos órganos, permanece relativamente constante a lo largo de la vida, pero decrece el volumen de aire que podemos exhalar de manera forzada.
Esto se debe a que aumenta el llamado volumen residual (la cantidad de aire que queda en los pulmones después de exhalar por completo): a los 20 años, este abarca el 20% de la capacidad pulmonar total; a los 60, está más cerca del 35%. En consecuencia, nuestra capacidad pulmonar de reserva o el espacio que queda para inhalar aire fresco se reduce, porque queda más aire viciado en los pulmones después de exhalar.
Lo bueno es que la mayoría de los cambios respiratorios normales que vienen con la edad no tienen demasiado efecto adverso en la función pulmonar. Pero una menor reserva de capacidad pulmonar significa que no recibimos tanto oxígeno como antes. Por lo general, no notamos estos cambios en las actividades diarias, pero podríamos quedarnos sin aliento al ejercitarnos o cuando estamos a mayor altitud. Una menor capacidad pulmonar también puede afectar la concentración, la memoria, y el nivel de energía, y aumentar el riesgo de un infarto y otros problemas.
Al superar los 60 años, una persona tiene menos posibilidades de sucumbir a los gérmenes del resfriado porque el sistema inmunitario ya se enfrentó con la mayoría de los que han circulado. A la vez, tiene varias maneras de evitar otros virus respiratorios para los que no desarrolló defensas naturales.
De todas las estrategias que existen para evitar el contagio de resfriados, lavarse las manos es la más sencilla y eficaz. Hazlo con regularidad, al menos cinco veces al día, después de haber ido al baño y antes de cocinar, y luego de haber estrechado la mano de otras personas. Lávate con agua y jabón durante veinte segundos.
Sécate las manos con una toalla de papel y, cuando salgas, lleve contigo gel desinfectante. Otra precaución sencilla es la de pasar un limpiador antibacterial con regularidad a los picaportes, apagadores de luz, teléfonos, llaves de baños y controles remotos, sobre todo si algún familiar está resfriado. La superficie de estos objetos alberga los gérmenes durante horas: un estudio realizado en Estados Unidos observó que los voluntarios contraían el virus incluso dos días después de que las superficies fueran contaminadas.
Evita los espacios multitudinarios y elige el momento adecuado para ir de compras. No viajes durante las vacaciones escolares para no estar en contacto con niños; por más adorables que sean, ellos son los portadores por excelencia de los gérmenes, y los patios de juegos son los sitios donde más proliferan virus y bacterias.
No se deben atribuir los síntomas de un problema respiratorio a un simple resfriado. A medida que envejecemos, es más factible que se presenten complicaciones serias, más aún cuando ya existen afecciones pulmonares. No dejes nada al azar: tu médico de cabecera está para asistirte.
Los siguientes síntomas son señal de que, más que un resfriado, tienes influenza (gripe):
La influenza es una enfermedad desagradable. Si tienes más de 65 años y se te presentan los síntomas, es aconsejable que acudas al médico, más aún si sufres de alguna enfermedad crónica como diabetes, afecciones cardiacas, pulmonares, renales o del sistema inmunitario. Tu médico podrá recetarte un medicamento antiviral.
Un resfriado común puede ocasionar un cuadro de sinusitis o una infección pulmonar, en el que los pulmones se ven afectados por un virus o una bacteria en las vías respiratorias inferiores (bronquitis) o en los alvéolos más pequeños. La supuración (pus), la mucosidad y la inflamación de las vías dificultan la respiración.
Los síntomas más comunes son:
Si eres mayor de 65 años, sufres de problemas pulmonares o inmunitarios y sospechas que tienes una infección pulmonar, acude a consulta médica de inmediato. Seguramente te tomen radiografías de tórax y una muestra de esputo, y te hagan análisis de sangre.
La mayoría de las infecciones pulmonares son causadas por un virus, por lo que el sistema inmunitario lo eliminará si tomas los cuidados necesarios. Si se debe a una bacteria, te darán antibióticos.
Sin importar el diagnóstico médico, además de tomar el medicamento recetado y de hacer reposo, sigue los siguientes pasos para recuperarte:
Respirar supone una interacción constante entre los pulmones y el medio ambiente, por lo que estos que- dan expuestos a la acción de sustancias contaminantes y a una serie de enfermedades. La gente mayor es particularmente propensa a contraer enfermedades pulmonares debido a los cambios físicos producidos
por la edad, a la disminución de los reflejos de la tos y a un sistema inmunitario deprimido. No obstante, si tienes dificultad para respirar, existen muchas terapias para controlar la afección. Dado que sentir que falta el aire es alarmante, debes acudir al médico ante los primeros síntomas, para que te diagnostique y te indique el tratamiento a seguir.
Fumar y respirar humo de tabaco son la causa más común de los problemas pulmonares. Pero existen otros desencadenantes, como la contaminación ambiental por gases de escape y exposición al asbesto, que hace algunos años se usaba como material aislante e ignífugo. El aire que has respirado a lo largo de tu vida laboral también puede afectar los pulmones.
Las afecciones pulmonares crónicas, como la bronquitis y el enfisema, caen dentro del término EPOC. Según cálculos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), para 2030 esta será la tercera causa de muerte en todo el mundo. Por lo general, la enferme- dad no se diagnostica porque la gente suele creer que son síntomas propios de la vejez.
Según la Fundación Pulmonar Británica, de los 3.7 millones de individuos que padecen EPOC, más de 2.8 millones ignoran que están enfermos. Aún así, la enfermedad puede tratarse y, en algunos casos, los síntomas se alivian con solo modificar algunos hábitos.
Una EPOC se caracteriza por vías respiratorias dañadas y obstruidas, lo que dificulta la respiración. Los bronquios (vías respiratorias inferiores) también se inflaman. Si sufres de tos crónica, tienes flemas y te cuesta respirar, consulta a tu médico. Probablemente te pida que te hagas una espirometría: este estudio mide la cantidad de aire expulsado de los pulmones durante el primer segundo de espiración.
Si tienes EPOC, debes visitar al médico regularmente y tomar la medicación, aun cuando te sientas mejor. Asegúrate de vacunarte contra la influenza todos los años y considera aplicarte una dosis única de la vacuna contra el neumococo. Siempre lleva contigo el inhalador y consulta a tu médico sobre su uso adecuado, ya que mucha gente lo utiliza de manera incorrecta.
Ahora bien, más allá de los cuidados médicos que existen para controlar la enfermedad, puedes tomar algunas medidas por tu cuenta. La más importante es dejar de fumar y evitar los lugares donde otras personas lo hacen, para no respirar el humo de segunda mano. Evita estresarte y descansa todo lo posible: usar una almohada adicional o dormir sobre un costado alivian los problemas respiratorios durante el sueño. No te acerques a la gente que está resfriada o tiene influenza, puesto que la EPOC te predispone a contraer infecciones pulmonares.
Intenta seguir estos consejos:
Si bien cualquiera puede contraer cáncer de pulmón (el más común de los cánceres), los fumadores pertenecen al grupo de riesgo, y es más frecuente que se declare en las personas mayores de 60 años. El cáncer de pulmón se origina en el tracto respiratorio. Puede desarrollarse dentro del pulmón y extenderse a otras partes del organismo.
Se clasifica en dos tipos: cáncer pulmonar de células pequeñas y de células no pequeñas. Los síntomas son tos persistente, expectoración con sangre, dificultad respiratoria, pérdida de peso, fatiga en exceso y dolor de pecho. Estos síntomas pueden deberse a otras causas, pero hay que consultar al médico para obtener un diagnóstico preciso.
Quizá te indiquen una tomografía computada o una resonancia magnética, una broncoscopía (se introduce un tubo delgado y flexible por la nariz o la boca hasta los pulmones para tomar fotografías o muestras) o una biopsia. Si se confirma el cáncer de pulmón, quizá debas someterte a una intervención quirúrgica, a quimioterapia o a radioterapia, según la ubicación y clase del tumor, y la medida en la que se haya diseminado.
Cuando se confirma un diagnóstico de cáncer pulmonar, el golpe emocional puede ser muy fuerte: temor, enojo, resentimiento, incredulidad, culpa. Sin embargo, hay mucho por hacer y abundan recursos de apoyo, tanto físicos como emocionales, para seguir adelante. Existen diversas estrategias para contrarrestar los problemas respiratorios, la fatiga y la ansiedad, como cambiar la manera de respirar y otras medidas prácticas para mejorar la calidad de vida.
No intentes solucionar todo de una vez; cada problema lleva su tiempo. Si te informas debidamente sobre los alcances de tu enfermedad, sentirás más seguridad y confianza.
Sugerimos elaborar una lista con preguntas para la consulta médica, por ejemplo:
Las organizaciones de lucha contra el cáncer de pulmón pueden ayudarte a encontrar redes locales de apoyo, y en Internet existen foros acreditados (como los de las organizaciones oficiales o los sitios gubernamentales) que permiten contactarse con gente que atraviesa por la misma situación. Asegúrate de que los sitios que consultes estén aprobados por expertos, que sean imparciales y que estén actualizados.
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