Fresas en enero, pizza en el congelador del supermercado, un restaurante de comida rápida en cada esquina, gaseosas gratis para rellenar, panquecillos industrializados: la gama de alimentos es enorme, constantemente disponible y no siempre saludable.
Al mismo tiempo, nuestras vidas son cada vez más agitadas y nuestro tiempo es cada vez más escaso. Y así, incluso las madres jóvenes, que se han propuesto alimentar a sus familias de forma saludable, recurren cada vez más a la comida preparada, como el espagueti con salsa de jitomate de paquete y los yogures de frutas azucarados.
Los jóvenes solteros prefieren un chocolate entre comidas o un tentempié de comida rápida que dedicar algo de tiempo a preparar una crujiente ensalada fresca.
Los productos regionales y de temporada (que en otros tiempos eran el principal componente de la comida diaria) no se consideran en el menú.
En cambio, los estantes de los supermercados están adornados con nuevos y coloridos paquetes de alimentos procesados que nos prometen ingredientes valiosos, saludables e incluso vitales. A los nutricionistas les alarma este hecho, pero ¿por qué?
La tendencia de nuestra sociedad moderna a comer cada vez más descuidadamente y sin pensar es alarmante. Están de moda los productos listos para cocinar o consumir de las estanterías en los supermercados, con potenciadores del sabor, azúcar, grasas y aceites de baja calidad, aditivos para alargar la vida útil y mil cosas más.
También están de moda los alimentos fritos y ahumados. A menudo, todos se preparan sin ningún sentido ni razón, sin pensar en sus daños para la salud y sin conocer los efectos preventivos de ciertos alimentos y productos alimenticios.
Además, cada vez nos tomamos menos tiempo para comer (juntos) en la mesa. La comida para llevar es popular sobre todo entre los más jóvenes.
Si se mide en términos de una dieta equilibrada que sea buena para las personas, estamos perdiendo la oportunidad de comer de forma consciente y saludable en la lucha contra el cáncer y otras enfermedades.
Cuanto más a menudo comemos alimentos que han sido manipulados durante su producción, añadiendo aromas, potenciadores del sabor o grasas trans (aceites y grasas hidrogenadas químicamente, por ejemplo, para freír), más aumenta nuestro riesgo personal de desarrollar ciertos tipos de cáncer. Así lo demuestran los estudios actuales.
Esta es ya una certeza: además del ritmo de vida individual, los diferentes estímulos del mundo exterior y nuestra situación familiar y profesional, es sobre todo la dieta la que determina si nuestro riesgo de padecer cáncer es alto o bajo. Por eso, nosotros ejercemos una gran influencia en nuestra salud… para bien o para mal. ¿Cuál será nuestra elección?
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