Lo sabías

Aroma y emociones

Seguramente alguna vez te has transportado al pasado al percibir un olor que creías no recordar. Cuando llevaste a tu hijo por primera vez a la primaria, ¿viste en tu mente imágenes de tu época escolar? O al pasar en la calle a una persona con un aroma particular, ¿afloran recuerdos de tu abuela? Esto se debe a que la zona del cerebro que recibe inicialmente los impulsos de olor o sabor es una de sus partes más antiguas y primitivas.

Se le conoce como el sistema límbico, y también se encarga de las emociones y las reacciones emocionales que responden a la memoria. Esta información se transmite hasta después a las zonas más recientes del cerebro, que están involucradas con el pensamiento, en las cuales los olores y sabores se perciben y se interpretan de manera consciente.

Esta es la razón por la que detestas o adoras los olores fuertes. Los aromas distintivos también dejan impresiones duraderas, que se vinculan con el recuerdo de lo que estaba sucediendo en el momento en que los oliste por primera vez. Debido a que el sistema límbico también controla el estado de ánimo, la motivación, las sensaciones de dolor y placer y algunas secreciones hormonales, los olores pueden tener un efecto poderoso en nuestros sentimientos. “El olfato tiene un acceso privilegiado al subconsciente”; dice el profesor Tim Jacob, de la Universidad de Cardiff y experto en olfato.

Actualmente se estima que un humano puede distinguir al menos un billón de olores. Además se ha comprobado que el sentido más desarrollado en los recién nacidos es el olfato, ya que distinguen el aroma de su madre y buscan su pecho para recibir alimento.

Aprender a oler y distinguir los aromas

Hasta cierto punto, que un aroma nos guste o disguste es una respuesta aprendida. Los niños con frecuencia son menos quisquillosos con los olores que los adultos, aunque incluso los bebés responden con asco al olor de un alimento putrefacto. Conforme vamos madurando, empezamos a desarrollar preferencias olfativas, que son influenciadas por la familiaridad.

Por ejemplo, esto explica por qué los habitantes urbanos encuentran tan desagradable el olor a ganado y a estiércol, mientras que para quienes han vivido en una granja estos olores son perfectamente normales.


Las preferencias olfativas aprendidas también influyen en nuestro gusto o disgusto por los alimentos. Como hemos visto, mucho de un sabor se debe a las sensaciones olfativas. Sin embargo, a diferencia del sabor, no parece que los humanos tengan alguna preferencia innata por el olor de ciertos alimentos, a excepción de una aversión general hacia lo podrido.

Entonces, si nos gusta o no un sabor puede depender tanto de las circunstancias en las que lo enfrentamos por primera vez como de su propio sabor, pero a partir de ahí, si asociamos un olor con algo delicioso de comer, es probable que estimule nuestro apetito. Por otro lado, el aprendizaje también es la manera en la que desarrollamos un “gusto adquirido”: la exposición repetida a un sabor particular tiende a superar el disgusto que nos provocó originalmente.

Los aromas tiene un papel fundamental en nuestras emociones, y pueden provocarnos un estado de animo positivo o negativo según sea el caso. De esta manera es como los aromas nos ayudan a comprender el mundo de manera experiencial, a asociar personas, lugares, momentos, etc.

Dato extra: El olor del peligro

Un olfato agudo detecta con rapidez el olor del humo o de una fuga de gas. En la actualidad los científicos han demostrado que el cerebro humano puede detectar cambios incluso más sutiles en los olores, si el cerebro los asocia con el peligro. En un estudio publicado por la revista Science, los investigadores expusieron a 12 voluntarios a dos olores similares al del pasto y ninguno pudo distinguir entre ellos. Después, les aplicaron un choque eléctrico suave antes de que los voluntarios olieran uno de los dos y repitieron la prueba. Entonces todos los voluntarios pudieron distinguir un olor de otro, lo que ilustra una habilidad que es “evolutiva”, informa el doctor Wen Li de la Facultad de Medicina Feinberg, de la Universidad Northwestern, en Chicago. La investigación sugiere que nuestros ancestros distantes desarrollaron un sentido del olfato más acentuado para poder detectar a los depredadores.

 

 

Lilo Flores

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