Probablemente lo peor de llevar una dieta rica en alimentos de alto índice glucémico (IG) es que, al avanzar los años, esta aumenta de modo significativo el riesgo de padecer diabetes tipo 2, la variante que más se asocia con el estilo de vida.
La enfermedad impide al cuerpo secretar suficiente insulina o usarla con eficacia para controlar las concentraciones de glucosa en la sangre (glucemia).
Durante importantes estudios de largo plazo, el consumo de alimentos con alto IG incrementó el riesgo de padecer diabetes en 40 % y hasta en 50 %, respectivamente, entre hombres y mujeres de mediana edad. Por fortuna, esto no sucede de la noche a la mañana.
Uno no cena un pastel el martes y despierta con diabetes el miércoles. Al cuerpo le toma años, e incluso décadas, llegar a ese punto. Sin embargo, casi todos vamos por ese mal camino.
La buena noticia es que podemos abandonar la larga travesía hacia la diabetes y rectificar el rumbo en cualquier punto. Entre menos tiempo dejes pasar, menor será el esfuerzo que tendrás que hacer para reorientar tus hábitos. Es clave consumir alimentos que no eleven la glucemia súbitamente.
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¿Alguna vez has visto un auto atascado en el fango? De pronto, el conductor debe pisar con fuerza el acelerador para intentar salir del atolladero. Pero entre más lo hace, más se hunden las llantas del vehículo.
La respuesta del organismo es un poco similar. Cuanto mayor sea tu consumo de alimentos que disparan la glucemia, mayor será la cantidad de insulina que tendrá que liberar tu organismo para soportar la carga.
Con el paso del tiempo, los picos constantes de insulina dañarán los receptores celulares de esta sustancia y la descompostura resultante impedirá al cuerpo utilizarla con eficacia. En ese caso, el cuerpo deberá secretar más insulina para hacer el mismo trabajo.
A este fenómeno se le conoce como “resistencia a la insulina”.
En Occidente, donde la gente tiene debilidad por las comilonas y los sillones reclinables, la resistencia a la insulina se presenta cada vez con mayor frecuencia. Más de un tercio (33.9 %) de la población adulta padece este mal.
De hecho, es probable que una de cada dos personas mayores de 45 años con sobrepeso ya se enfrente a este problema. Si tienes sobrepeso y tu estilo de vida es sedentario, el riesgo de desarrollar la alteración se incrementa mucho más.
Puedes presentar resistencia a la insulina y aun así arrojar valores normales de glucemia, que tal vez tiendan a rozar el límite superior después de las comidas.
No padeces diabetes… todavía. Pero si sigues por ese camino, el sistema encargado de regular tu glucemia empezará a trabajar en condiciones cada vez más extenuantes y esto dejará secuelas.
La insulina adicional que el organismo produce en grandes cantidades eleva la presión arterial, altera las concentraciones de colesterol e incluso propicia la aparición de ciertos tipos de cáncer. En esas condiciones, el cuerpo es presa fácil del sobrepeso.
Y he aquí algo que en verdad da miedo: hay cada vez más indicios de que el cerebro en sí puede desarrollar resistencia a la insulina, lo cual perturba el funcionamiento de las neuronas y estimula la formación de depósitos tóxicos, que a su vez eleva el riesgo de desarrollar demencias, como la enfermedad de Alzheimer.
Además, por supuesto que la resistencia a la insulina aumenta el riesgo de padecer diabetes. La presencia de niveles elevados de glucosa sanguínea (hiperglucemia) y exceso de insulina lesionan las células beta del páncreas (encargadas de crear insulina), lo cual puede producirles fatiga e incluso la muerte. Esto marca el inicio de la diabetes.
La resistencia a la insulina aparece lenta, furtiva y silenciosamente. No produce síntomas. Sin embargo, una vez que se instala, es mucho más fácil que tome fuerza.
De este cuanta más insulina produces para intentar mantener la glucemia a raya, mayor es la resistencia a la insulina, a menos que hagas algo para revertir esa tendencia.
Como ya vimos, la resistencia a la insulina en sí puede ser peligrosa. Pero hay algo peor: el trastorno suele venir acompañado de una serie de problemas relacionados que tienden a agruparse. Cada uno de estos males por sí solo eleva la probabilidad de desarrollar cardiopatías; sin embargo, el riesgo se duplica cuando en lugar de padecer uno solo de los trastornos, acumulas tres o más de ellos.
Tu corazón prácticamente se convierte en una bomba de tiempo, incluso si presentas concentraciones normales del llamado colesterol “malo” (lipoproteínas de baja densidad, o LBD).Este grupo de alteraciones recibe el nombre de “síndrome metabólico”.
Si lo padeces, la diabetes te acecha muy de cerca, aunque tu glucemia aún no esté elevada. De hecho, 85 % de la gente con diabetes tipo 2 presenta síndrome metabólico. La afección es muy común y cualquier persona puede desarrollarla, pero la probabilidad se eleva con el paso del tiempo
Durante un importante estudio en hombres y mujeres mayores de 50 años, 44 % de los participantes presentaron el padecimiento. Si tienes unos kilitos de más, tu riesgo es mayor.
Aunque el envejecimiento, el sobrepeso y el sedentarismo propician la aparición del síndrome, este suele relacionarse principalmente con la alimentación. Las dietas con muchas calorías y poca fibra, ricas en grasas saturadas o con abundancia de ingredientes que disparan la glucemia contribuyen al problema en todos los casos.
Según el Estudio Framingham sobre Salud Cardiovascular (uno de los mayores y más prolongados estudios hechos en torno a la dieta y su impacto en la salud), las personas habituadas a consumir alimentos que producen picos de glucemia después de las comidas corren un riesgo 40 % mayor de desarrollar síndrome metabólico que quienes llevan una dieta más saludable.
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