Casi ninguna enfermedad está tan infravalorada como la depresión. Hasta 20 % de todas las personas la padecen al menos una vez en la vida, siendo muchas más las mujeres que los hombres. Sin razón aparente, los afectados caen en una tristeza que los paraliza o no encuentran el camino de regreso a la vida después de un golpe del destino. No creen que se les pueda ayudar y la desesperanza forma parte de la enfermedad. El paso más difícil suele ser convencer a los pacientes de la necesidad de acudir a terapia.
“La depresión es un trastorno del estado de ánimo que es tan misteriosamente doloroso y esquivo al autoconocimiento, por lo que resul- ta casi intangible. Por lo tanto, para quienes no la han experimentado en su forma extrema, la depresión sigue siendo casi inconcebible”. Así describe el escritor estadounidense William Styron sus propias experiencias en su libro Esa visible oscuridad, pasando por el suicidio casi consumado, el autoingreso en una clínica y el largo proceso de curación.
Sin embargo, aunque hoy en día existen descripciones de la enfermedad, la actitud en general de la sociedad hacia los afectados sigue siendo que deberían superarlo.
Todo el mundo tiene que lidiar con los inconvenientes de la vida cotidiana, pero muy poca gente se da cuenta de que esta afección es diferente. Es por ello que los médicos e investigadores que se preocupan por la salud han insistido cada vez más en que no basta con desarrollar nuevas terapias, sino que lo que se necesita es un enfoque ilustrado y realista.
“Nuestro trabajo nunca había sido tan urgente”, describe un distinguido grupo de expertos, la Comisión Lancet de la Asociación Mundial de Psiquiatría. Este grupo cita la pandemia del coronavirus como la razón detrás de ello.
Esta ha exacerbado desigualdades profundamente arraigadas y ha afectado la vida de millones de personas debido al aislamiento social, el duelo, la enfermedad, la inseguridad y la reducción del acceso a los servicios sanitarios.
Al mismo tiempo, la Comisión Lancet también ha contradicho varios tópicos muy extendidos, afirmando que la depresión no es una consecuencia de la sociedad moderna, no es un invento de la medicina y no se limita a determinados grupos de personas o culturas. Por el contrario, desde hace miles de años se han encontrado descripciones de este padecimiento en tradiciones de todo el mundo dentro de las sagas, crónicas y registros históricos.
Hoy en día, los científicos parten de que la depresión es ocasionada por una mezcla de factores y que, sobre esta base, suceden acontecimientos que pueden desencadenar un episodio depresivo. Además de una disposición genética, los factores ambientales y el entorno social (padres, familia, amistades) aumentan el riesgo de desarrollar la enfermedad.
A menudo se menciona el estrés excesivo como detonante, pero también los factores de la personalidad, como una percepción distorsionada de la realidad, pueden favorecer la depresión. Existen enfoques y terapias distintos dependiendo de estos factores. El tratamiento estándar consiste en antidepresivos y psicoterapia.
Los medicamentos más recetados son los inhi- bidores selectivos de la recaptación, que au- mentan la disponibilidad de determinados neurotransmisores en el cerebro, particularmente la serotonina, pero también la noradrenalina o la dopamina. Sin embargo, tardan semanas en hacer efecto. Según las estimaciones, en hasta un tercio de los afectados la psicoterapia y los inhibidores selectivos de la recaptación funcionan solo de forma parcial o no funcionan. Además, en países desarrollados no es posible ofrecer psicoterapia a todos los afectados, y la atención en los países más pobres es aun peor.
Veamos un ejemplo internacional. Una nueva directriz de asistencia sanitaria elaborada por el Centro Médico Alemán para la Calidad en la Medicina intenta atacar este problema:
“Para las personas con depresión hay tratamientos eficaces y diversas opciones de apoyo. Sin embargo, sigue siendo todo un reto que exista una coordinación entre la atención médica general, psiquiátrica y psicoterapéutica junto con las medidas psicosociales y otras medidas de apoyo, así como con los servicios de rehabilitación y participación”.
El problema no es solo que los medicamentos y las psicoterapias disponibles no ayuden a todos los pacientes. También existen muchas personas deprimidas que, debido a la propia angustia que experimentan, a la falta de oferta y a la escasa coordinación de los servicios, no tienen acceso a terapias eficaces. En cualquier caso, no es fácil encontrar el medicamento adecuado entre las casi 50 sustancias activas distintas para el tratamiento de la depresión. A menudo los médicos y pacientes tienen que probar sucesivamente diversos preparados.
Al seguir este método de forma cuidadosa, el médico termina obteniendo un porcentaje de acierto superior al 70 %. En cerca de la mitad de los pacientes, los síntomas mejoran al cabo de 8 semanas como máximo, pero esta mejora también sucede en uno de cada tres pacientes que solo toma un placebo sin principio activo alguno. No obstante, los expertos coinciden en que la medicación debe administrarse sobre todo en casos de depresión grave.
No hay un antidepresivo que se adapte a todos los pacientes, pero en los estudios para determinar la eficacia de los distintos fármacos no se suele distinguir por sexo, edad o enfermedades concomitantes. Más bien se determinan valores medios, por lo que posiblemente se pierde la oportunidad de adaptar la terapia a las características individuales de los pacientes y su historial médico.
Esta suposición quedó confirmada por un estudio de EE. UU., en el que se examinaron las recetas de más de 3.5 millones de pacientes presentadas a las compañías de seguros médicos. Estos habían sufrido una depresión grave y recibido uno de los 15 distintos antidepresivos. Basándose en la combinación de diversas características personales, los investigadores dividieron a los pacientes en casi 17 000 subgrupos y compro- baron si los diferentes antidepresivos funcionaban de forma distinta en los grupos. Y encontraron enormes diferencias.
En el caso más favorable, la tasa de remisión superaba el 50 %, con una media de 30 %. En el peor, la tasa fue de menos del 3 %. Mientras que los mejores fármacos ayudaron en promedio a casi la mitad de los pacientes a salir de la depresión, otros solo ayudaron a 1 de cada 7. “Para cada paciente hay un antidepresivo adecuado y uno inadecuado, según en cuál de los 16 770 subgrupos se les pueda meter de acuerdo con su historial”, concluyen los investigadores.
Mientras que los antidepresivos y la psicote- rapia forman parte de la atención médica habitual, actualmente otros métodos se utilizan solo en ensayos clínicos. Un ejemplo lo constituye la estimulación selectiva del cerebro con impulsos eléctricos o magnéticos débiles.
Esta se basa en el hecho de que, gracias a modernas técnicas de imagen como la resonancia magnética funcional, los científicos ahora tienen una buena idea de qué regiones del cerebro desempeñan un papel importante en la depresión y cómo cambian a consecuencia de esta enfermedad.
Esto abre nuevas posibilidades en el tratamiento de la depresión. Una de ellas es la estimulación magnética transcraneal, investigada y desarrollada por el profesor René Hurlemann en el marco del programa de investigación Neuromodulation of Emotion (Neuromodulación de las emociones, NEMO) en Alemania.
En este proceso, se aplica una bobina magnética en la cabeza del paciente, la cual genera un campo eléctrico de 1 a 2 cm de profundidad dentro de la corteza cerebral, es decir, en la capa más externa del cerebro. De este modo, los científicos pueden estimular, por ejemplo, la corteza prefrontal dorsolateral, que se sitúa lateralmente en la parte frontal del cerebro.
Esta estimulación mejora el intercambio de información entre células nerviosas, un proceso de adaptación denominado neuroplasticidad. Según la hipótesis de los investigadores, el córtex prefrontal dorsolateral inicia la regulación de las regiones más profundas del cerebro que intervienen en la depresión. Más de la mitad de los pacientes de Hurlemann se han beneficiado de este método, en el cual también reciben psicoterapia y tratamiento farmacológico.
La estimulación magnética transcraneal es la versión menos agresiva de una terapia que lleva mucho tiempo en ensayos clínicos y que se considera muy eficaz: la terapia electroconvulsiva, coloquialmente conocida como terapia de electrochoque. En ella, se utilizan descargas eléctricas, las cuales desencadenan un ataque espasmódico en un paciente anestesiado durante un periodo corto.
La terapia electroconvulsiva, que solamente se utiliza para tratar la depresión grave y en muy raras ocasiones, tiene algunos efectos secundarios negativos. Muchos pacientes se marean después del tratamiento y sufren pérdida de memoria a corto plazo. Estos efectos secundarios no suceden con la estimulación magnética transcraneal. Otra ventaja de este método es que no necesita anestesia, por lo que también puede utilizarse en pacientes con problemas cardiacos.
La mayoría de los psiquiatras ven otra ten- dencia con escepticismo: se supone que ciertas drogas alucinógenas devuelven el cerebro de los pacientes con depresión a la normalidad. No obstante, en muchos países estas terapias no están autorizadas y son ilegales fuera del ámbito científico.
Entre las candidatas figuran los compuestos de los hongos psilocibina y mescalina, las drogas que alteran la mente LSD y MDMA (más conocida como éxtasis), así como la ketamina, que hasta ahora se ha usado principalmente en medicina de urgencias como anestésico, y su variante esketamina, que es permitida para el tratamiento de la depresión severa.
Desde hace algún tiempo se conoce a la psilocibina como un estupefaciente en círculos relevantes, cuando Timothy Leary se doctoró en psicología por la Universidad de Berkeley, EE. UU., en 1950. Leary empezó a administrar psilocibina en condiciones de investigación en la Universidad de Harvard. El experto también les dio drogas a sus estudiantes y amigos, por lo que fue criticado por sus cole- gas y despedido de Harvard.
Los partidarios de la psilocibina afirmaban con frecuencia que esta también podía aliviar la depresión. Sin embargo, los datos científicos que lo demuestren siguen siendo escasos. La mayoría de los estudios solo se llevaron a cabo con unos pocos sujetos y no había ningún grupo de control.
En el Centro Imperial para la Investigación Psicodélica de Londres se comparó por primera vez la psilocibina con un antidepresivo habitual (escitalopram): 59 pacientes que sufrían de depresión de moderada a grave desde hacía un tiempo recibieron 25 mg de psilocibina cada tres semanas y después un placebo durante seis semanas. O bien recibieron solo una minidosis de 1 mg del compuesto del hongo solo dos veces y después escitalopram durante seis semanas. Ambos grupos también recibie- ron apoyo psicológico.
En un cuestionario que mide la gravedad de la enfermedad (QUIDS-SR-16), los pacientes mostraron una mejora en una media de 8 puntos al tomar el compuesto proveniente de los hongos y una media de 6 puntos con el medicamento estándar. La proporción de pacientes cuya depresión desapareció fue del 57 % con la psilocibina y del 28 % con el escitalopram.
Sin embargo, estas cifras aún no son suficientes para demostrar la eficacia o incluso superioridad de la psilocibina y similares. En comparación con las investigaciones con los antidepresivos “normales”, el número de pacientes sigue siendo pequeño y la duración de los estudios es corta. Apenas se puede evaluar cuánto dura el impacto y si existen efectos secundarios poco comunes, pero peligrosos.
Todavía no se vislumbra que se autorice la comercialización de la psilocibina y, puesto que tendría que tomarse bajo supervisión médica por las alucinaciones y cambios de personalidad que provoca, una terapia de este tipo sería mucho más cara.
En cuanto a la ketamina, el entusiasmo seguía siendo amplio hace algunos años, de acuerdo con Ulrich Hegerl, presidente de la Asociación Alemana de Ayuda contra la Depresión: “Sin embargo, tenemos que ba- jarle un poco, ya que los excelentes resultados iniciales no se han confirmado en estu- dios posteriores”. Además, la tasa de recaídas es alta, explica Hegerl. A diferencia de los antidepresivos habituales, la ketamina puede generar adicción.
La depresión es una de las enfermedades más comunes, pero a menudo no se toma en serio en la sociedad. El uso de las terapias estándar disponibles hoy en día, como los antidepresivos y la psicoterapia, puede ayudar a muchos enfermos. Existen científicos en todo el mun- do que están investigando nuevos enfoques.
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