El hígado recibe aproximadamente 1.5 l de sangre del corazón cada minuto, es decir, una cuarta parte de la sangre total del cuerpo de una persona. Eso se traduce en 2,000 litros al día.
Nuestro hígado necesita tanta sangre porque es el órgano metabólico más grande que tenemos los seres humanos: un hígado saludable llega a pesar hasta 1.5 kg. Se compone de cuatro lóbulos hepáticos y se encuentra directamente debajo del diafragma en el abdomen superior derecho. Cuando respiras hondo, el médico puede sentir un hígado sano justo debajo de las costillas derechas. Un hígado enfermo es más grande y sobresale mucho más por debajo de las costillas.
En el hígado, hasta 3 millones de células son responsables de la enorme variedad de funciones hepáticas. Además, contiene células inmunitarias especializadas, llamadas fagocitos, que por un lado protegen de los patógenos y, por el otro, extraen los glóbulos rojos de células viejas, los degradan y ponen a disposición de las células hepáticas los residuos aprovechables para su reutilización.
Incluso si solo deseas presentar las principales tareas del hígado, el resultado es una larga lista:
La mayoría de estas vitales tareas solo puede llevarlas a cabo el hígado. Si este órgano falla, apenas se puede sobrevivir unas cuantas horas. Sin embargo, el hígado necesita nada más una tercera parte de su masa para cumplir sus funciones. Este hecho es útil en relación con los trasplantes de hígado: dado que los órganos de los donantes son escasos, a menudo solo se trasplanta una parte del mismo. Así que se puede dividir el hígado de un donante fallecido entre varios pacientes, o un pariente puede donar una parte de su hígado.
Otro dato notable es que el hígado se puede recuperar mucho mejor que otros órganos después de haber sido dañado, puesto que tiene la asombrosa capacidad de regenerar el tejido eliminado, lesionado o muerto, siempre y cuando la causa del daño haya sido retirada o neutralizada.
Sin embargo, la medicina aún no ha tenido éxito en el desarrollo de un método para remplazar el hígado. En el caso de las enfermedades renales, por ejemplo, se puede recurrir a
un riñón artificial (diálisis) para limpiar la sangre; o si el páncreas falla, se pueden proporcionar al cuerpo las hormonas y las enzimas faltantes en forma de medicamentos. Pero para el hígado todavía no se ha encontrado una solución equiparable.
Este órgano se ubica justo detrás del hígado. Quien piense que la vesícula biliar produce bilis se equivoca: la bilis se produce en el hígado. La vesícula solo sirve como un depósito intermedio hasta que se necesita la bilis en el intestino. Por lo tanto, es posible extirpar la vesícula biliar, como se hace a menudo cuando se forman cálculos biliares. Incluso sin este órgano, no se pierden funciones vitales.
La bilis se compone de 80% de agua, y disuelta en ella hay ácidos biliares, proteínas y bilirrubina, un producto de la degradación del pigmento rojo de la sangre. El colesterol, que también es un componente de la bilis, no es soluble en agua, por lo que requiere que los ácidos biliares lo recubran para que se mantenga disuelto. Cuando la bilis contiene muy pocos ácidos biliares o demasiado colesterol, se pueden formar “grumos”, por así decirlo, y eso origina un cálculo biliar, también conocido como “piedra”.
Estas aparecen en aproximadamente el 20% de las mujeres y el 10% de los hombres mayores de 40 años. Entre los mayores de 75 años, se ven afectados alrededor de una tercera parte de las mujeres y una quinta parte de los hombres. Los cálculos solamente les causan problemas a una cuarta parte de quienes los presentan, a menudo en forma de cólicos.
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