Perder ligeramente la vista y el sentido del oído es parte natural del envejecimiento; ambas condiciones se deben a afecciones neurológicas que evolucionan paulatinamente. Las enfermedades degenerativas son aquellas provocadas por el desgaste de las células. Con el transcurso del tiempo las células de nuestro cuerpo se degeneran, y a su vez perjudica el buen funcionamiento de órganos y tejidos.
Esta es la principal causa que provoca este tipo de patologías, pero unos hábitos de vida poco saludables también pueden provocar su aparición. Este desgaste puede manifestar diferentes síntomas, según el órgano o sistema que se ve perjudicado, y las enfermedades degenerativas más comunes son aquellas que perjudican al sistema nervioso central, como el Parkinson o el Alzheimer.
Tendemos a asociar la demencia a la senectud, pensando que es una parte inevitable del proceso de envejecimiento. De hecho, en ocasiones se utiliza el término “demencia senil” para hablar de esta afección, lo cual refleja un error: pensar que este deterioro cognitivo es normal en edades avanzadas.
La demencia no es un padecimiento específico. Más bien se refiere a una gama de síntomas que afectan el funcionamiento normal del cerebro y se traducen en pérdida de la memoria, confusión y cambios en la personalidad. Aunque este mal puede presentarse en cualquier etapa de la vida, la edad es el factor de riesgo más importante: casi 1 de cada 50 personas entre los 65 y 70 años presenta algún grado de demencia; después de los 80, la cifra se eleva a 1 de cada 5 individuos. Los genes también influyen, especialmente en casos prematuros de mal de Alzheimer.
Existen otras causas: demencia por cuerpos de Lewy, mal de Parkinson, demencia frontotemporal y lesiones en la cabeza. Menos frecuentes son las demencias ocasionadas por tumores cerebrales, mal de Huntington, encefalitis e infección por VIH. Las sustancias tóxicas, como el alcohol, la exposición prolongada a sustancias químicas o metales pesados, y los desequilibrios químicos asociados a la diálisis renal o a la insuficiencia hepática pueden ocasionar síntomas de demencia.
Hay padecimientos que pueden provocar síntomas demenciales, como problemas en la tiroides e insuficiencias vitamínicas. Estos se pueden tratar.
Además de los cambios cognitivos, que por lo general notan el paciente y su familia, pueden presentarse alteraciones en el estado de ánimo, la motivación, los patrones de sueño y la conducta. En algunos casos, los afectados no se dan cuenta del deterioro cognitivo, lo cual dificulta la puesta en marcha de medidas que podrían ayudar a paliar los síntomas. En estos casos es importante ayudar a que la persona mantenga su independencia en la medida de lo posible. Además, la dolencia dificultará el razonamiento y nublará el juicio, por lo que es vital que el paciente solucione sus asuntos financieros, redacte un testamento y tome decisiones de índole médica cuanto antes.
Existen muchos tipos de demencia, que se distinguen por sus síntomas. Unos son más comunes que otros.
Es el tipo más común. Afecta la memoria, el pensamiento, el lenguaje y el razonamiento. Las células del cerebro mueren poco a poco, y la persona pierde su facultad de pensar y expresarse con coherencia. El cerebro de un paciente con esta afección se caracteriza por estar gravemente atrofiado: tal pareciera que se marchitó dentro del cráneo. Esto ocurre debido a que disminuyen las concentraciones de un neurotransmisor llamado acetilcolina, y a que aparecen placas y nudos en los circuitos neuronales; se cree que esto desconecta los circuitos encargados de almacenar y procesar la información en el cerebro.
No hay cura para el mal de Alzheimer y, aunque tampoco es posible revertir los síntomas, sí existen herramientas para atenuarlos.
Al inicio, la enfermedad se caracteriza por pérdida de la memoria, confusión, desorientación, dificultad para llevar a cabo tareas sencillas o rutinarias, cambios en el estado de ánimo, aislamiento social, disminución en las capacidades de juicio y dificultad para tomar decisiones. En etapas posteriores la persona reacciona con ansiedad o enojo ante situaciones nuevas o estresantes; presenta dificultad para vestirse o comer; repite las mismas conversaciones; no parece recordar las palabras; experimenta problemas para leer, escribir y reconocer a familiares y amigos; duerme mal; deambula sin sentido y delira. En los casos más avanzados hay pérdida de peso, incontinencia y dependencia completa del cuidador.
Esto es difícil debido a que los síntomas se parecen a los de otras enfermedades. Las evaluaciones profundas incluyen pruebas neuropsicológicas detalladas, análisis de sangre y consultas con especialistas (psiquiatra, neurólogo, geriatra) y con la familia. Hay diferencias (signos neurológicos, patrones de inicio y velocidad de evolución) entre el mal de Alzheimer y otras demencias. Descartar otros padecimientos permite confirmar el diagnóstico. Asimismo, los doctores indicarán tomografías computarizadas o resonancias magnéticas del cerebro.
Salvo en casos en que se han confirmado otras causas (eventos cerebro- vasculares, hemorragias y tumores), la disminución del volumen del hipocampo y de los lóbulos temporal y parietal puede sugerir presencia de mal de Alzheimer; dichas alteraciones se comprueban mediante estudios de imagenología. La tomografía por emisión de positrones en ocasiones arroja datos de alteraciones en el metabolismo de la glucosa de las mismas regiones cerebrales, lo cual reforzaría el diagnóstico de esta enfermedad. Se está trabajando para desarrollar técnicas de imagenología más potentes y una prueba para cuantificar las concentraciones de proteínas asociadas al mal de Alzheimer en el líquido cefalorraquídeo.
Algunos tipos de demencia se curan después de tratar la causa, como cuando se retira un coágulo o tumor del cerebro; no obstante, en el caso del mal de Alzheimer, no es posible reparar las lesiones. El objetivo del tratamiento es disminuir la velocidad con la que avanza el mal y proporcionar apoyo emocional y práctico tanto al paciente como a su familia.
Aunque todavía no hay cura para esta dolencia, existe mucha información con respecto a los mecanismos que atenúan los primeros síntomas y retrasan la aparición del trastorno. En etapas moderadas, es posible tratar el padecimiento con inhibidores de la colinesterasa. Este grupo de medicamentos aumenta las concentraciones de acetilcolina, una sustancia química que ayuda a transmitir señales nerviosas en el cerebro. En algunas personas, los fármacos permiten mejorar la memoria y la capacidad mental.
Lo más importante de todo es diagnosticar la enfermedad de manera oportuna a fin de obtener el máximo beneficio de los tratamientos disponibles y contar con tiempo suficiente para planear el futuro.
Es el segundo tipo más común de demencia en personas mayores. El daño se presenta cuando las arterias del cerebro se constriñen, por lo que dicho órgano deja de recibir oxígeno. Lo anterior puede deberse a embolias, microinfartos cerebrales o lesiones crónicas en los vasos sanguíneos del cerebro. Fumar y presentar hipertensión, diabetes, cardiopatías, enfermedades vasculares o altas concentraciones de colesterol en la sangre son factores de riesgo conocidos.
Las consecuencias de la demencia vascular dependen de la región cerebral afectada y de la gravedad de la lesión. Algunos síntomas son lentitud de pensamiento, mala concentración y dificultad para recuperar palabras, resolver problemas, planear y organizar. También puede haber signos de confusión y depresión.
Aunque no hay cura, existen herramientas para disminuir el ritmo al que avanza: hacer ejercicio frecuente y mantener un peso saludable; tomar fármacos para cualquier problema subyacente, como hipertensión o diabetes; reducir la ingesta de grasas saturadas y alimentos altos en colesterol “malo”, y mantener la salud mental en óptimas condiciones.
Esta es la segunda causa más común de demencia antes de la senectud. Por lo general, aparece entre los 50 y 60 años. Hay muchas variantes de esta dolencia, que pueden traducirse en dificultad para formular y comprender mensajes. En ocasiones, también se alteran algunas funciones cognitivas (en especial aquellas asociadas al lóbulo frontal), la personalidad, la alimentación y la conducta social y sexual.
Este tipo de demencia es similar al mal de Alzheimer. Se distingue por producir cambios en la cognición y el movimiento. Las alucinaciones visuales también son comunes y la enfermedad avanza velozmente. Es posible que se presenten trastornos del sueño muchos años antes de que aparezcan los primeros síntomas.
Es más que una simple pérdida de memoria asociada a la edad, pero no llega a ser tan grave como la demencia; se cree que 1 de cada 6 personas mayores de 70 años lo padece. Los afectados experimentan problemas de memoria, lenguaje y otras funciones mentales, pero esto no interfiere en la vida diaria. Cerca de la mitad de los pacientes con deterioro cognitivo leve desarrollan demencia dentro de los 5 años posteriores al diagnóstico. En esa etapa, es vital poner en marcha cambios en el estilo de vida y otro tipo de medidas para disminuir la velocidad con la que avanza el deterioro cognitivo.
Es un trastorno atribuible a una menor producción de dopamina en el cerebro; ocurre cuando mueren las neuronas de una porción del tronco encefálico. Esto produce un desequilibrio entre dos sustancias químicas: la acetilcolina y la dopamina, cuya función es enviar mensajes a la región cerebral que coordina los movimientos. Las concentraciones de dopamina disminuyen, lo cual se manifiesta en los síntomas característicos: temblores y rigidez muscular.
En etapas tempranas, los síntomas son leves y, por lo general, se atribuyen al proceso de envejecimiento. Para cuando finalmente llega el diagnóstico, la mayoría de la gente ha perdido más de la mitad de las células productoras de dopamina, y la presencia de síntomas es muy evidente, entre ellos:
El mal de Parkinson empeora con el tiempo. La incidencia es mayor entre personas de 55 años y más, aunque también puede presentarse antes. Es común que las personas vivan con mal de Parkinson por muchos años y que solo presenten unos cuantos síntomas. Por eso, no hay que pensar lo peor si se recibe un diagnóstico de esta enfermedad.
El primer signo puede ser la presencia de temblores leves o dificultad para utilizar una pluma (la gente empieza a hacer la letra más pequeña), pues la enfermedad afecta la motricidad fina. El doctor hará un resumen de los antecedentes médicos y una revisión neurológica: tal vez solicite a la persona que se siente, se ponga de pie, camine y extienda los brazos. También pondrá a prueba el equilibrio y la coordinación del posible paciente. Existen ciertas técnicas, como la tomografía de emisión monofotónica, que permiten detectar la insuficiencia de dopamina. La resonancia magnética por lo general se utiliza para descartar otros trastornos.
Por lo general se trata con medicamentos, como la levodopa, que se convierte en dopamina en el cerebro. La cirugía puede ayudar en casos muy graves. La estimulación cerebral profunda permite calmar síntomas como los temblores y la lentitud de movimiento. Consiste en colocar en el cerebro un cable que se conecta a un dispositivo externo que se implanta en la pared torácica, desde donde genera una corriente eléctrica que estimula la región cerebral afectada.
Las bebidas energéticas prometen energía, pero ¿a qué precio? Te contamos todo lo que debes…
Sus semillas, de color amarillo y con un sabor ligeramente amargo, han sido utilizadas durante…
Al aprender a reconocer los signos del perfeccionismo y a desarrollar estrategias para superarlo, puedes…
Elegir la soltería no significa renunciar a la felicidad, sino explorarse y disfrutar de una…
El masaje linfático es ideal para eliminar toxinas, mejorar la circulación y apoyar la recuperación…
Incluir alimentos como frutos del bosque, huevo y pescado azul en tu dieta puede mejorar…