Al parecer, controlar el consumo de calorías reduce el ritmo del envejecimiento, incluyendo el deterioro de las funciones cerebrales. Mantener un peso saludable y evitar comer en exceso podría prolongar considerablemente nuestra expectativa de vida. Está comprobado que el sobrepeso y la obesidad se relacionan con un deterioro de las funciones cognitivas a cualquier edad, incluyendo la infancia, pero definitivamente esto se acentúa al envejecer.
Es normal experimentar alguna disminución en la función cerebral después de los 65 o 70 años, pero el deterioro es mayor y empieza antes en las personas con obesidad. Los niveles altos de grasa y glucosa en la sangre y la presión arterial elevada parecen empeorar las cosas. El famoso Estudio del Corazón de Framingham, que se ha estado llevando a cabo desde 1948 en Estados Unidos, descubrió que los hombres obesos con presión arterial alta tuvieron funciones cognitivas más deficientes, en comparación con personas obesas con una presión arterial normal, o con personas que tenían peso normal y presión arterial alta.
Mantener una presión arterial saludable también significa cuidar el consumo de sodio, pues el exceso de este provoca que la presión sanguínea aumente con la edad. Los médicos recomiendan limitar el consumo a no más de 2,300 mg al día, lo que equivale a una cucharadita de sal proveniente de todos los alimentos que ingerimos.
Existe una relación entre los carbohidratos dulces y refinados y el deterioro de las funciones cognitivas. Un estudio reciente hecho a cerca de 1,000 adultos, y otro de aproximada- mente 700 estadounidenses que no padecían diabetes encontraron un deterioro notable en aquellos que consumían grandes cantidades de carbohidratos refinados, en comparación con quienes consumían menos. Los carbohidratos con un IG alto pueden dificultar la recepción continua de glucosa en el cerebro, ya que estos alimentos primero provocan un pico y luego un descenso brusco en los niveles, lo que puede interferir con la función cerebral.
No todos los alimentos con un IG bajo son saludables. La grasa provoca que los alimentos tengan un IG más bajo, de modo que un pastel o una dona pueden tener un IG menor al del arroz integral, a pesar de ser peores elecciones para la salud. Además, los estudios de IG solo miden la glucosa presente en los alimentos; no registran los efectos de otros azúcares, como la fructosa. Esto significa que el azúcar blanca pura, también conocida como sacarosa (que es mitad fructosa), posee un IG menor que el pan. A pesar de su IG bajo, la fructosa puede ser nociva si se consume en grandes cantidades.
La fructosa se ha estudiado a fondo debido a la preocupación que existe por el elevado consumo de jarabe de maíz de alta fructosa, el cual se agrega a muchos alimentos. Estudios en animales indican que un alto consumo de fructosa o sacarosa podría tener efectos dañinos en el cerebro al afectar, sobre todo, la memoria. Una cantidad menor de estudios en humanos han hecho descubrimientos similares cuando se usan cantidades de fructosa mayores a lo recomendado en una dieta normal. Los investigadores distinguen entre fuentes de azúcar “naturales” y “no naturales”; por ejemplo, es difícil consumir una gran cantidad de naranjas frescas, pero es muy fácil hacerlo a través de jugo de naranja natural o procesado.
Se cree que los efectos inflamatorios provocados por un alto consumo de azúcar son responsables de algunos cambios en el cerebro, pero también podría haber efectos simples a causa de la fluctuación de los niveles de energía que recibe el cerebro cuando consumimos mucha azúcar. El aumento de grasa en la sangre también genera resistencia a la insulina, la cual afecta directamente al cerebro.
Tanto el funcionamiento cerebral como nuestro estado de ánimo pueden verse afectados negativamente por lo que comemos. Estudios recientes sugieren que el riesgo de padecer depresión aumenta al consumir comida rápida altamente procesada. Investigadores de Melbourne observaron la dieta de más de 200 adolescentes australianos durante dos años y descubrieron que la comida poco saludable se relaciona con un estado de salud mental más deficiente. Se han obtenido resultados similares en estudios de niños, adultos y mujeres embarazadas.
Las fuentes no saludables de grasas saturadas, grasas trans y carbohidratos refinados pueden provocar inflamación y afectar la función cerebral. También aumentan el riesgo de padecer depresión, ansiedad y deterioro cognitivo. Además, se sabe que estas grasas tienen efectos negativos en el sistema cardiovascular. Esto significa que el cerebro no recibe un suministro adecuado de glucosa, oxígeno y micronutrientes. Por otra parte, consumir grasas saturadas en exceso se asocia con un desempeño más deficiente en pruebas cognitivas y de memoria, así como con un mayor riesgo de desarrollar demencia.
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