Desde la invención de la tristemente célebre prueba de coeficiente intelectual, las reflexiones en torno al carácter hereditario de la inteligencia y a los criterios para determinar quién es inteligente han sido motivo de acaloradas disputas ente académicos.
Hace más de 100 años, el psicólogo Alfred Binet diseñó una prueba de coeficiente intelectual (CI) para identificar a los estudiantes que necesitaban regularización. Desde entonces, la sociedad se aferró a que el CI es una representación precisa de la inteligencia. Sin embargo, esta facultad es mucho más compleja de lo que podría sugerir un número. Por ejemplo, con todo y un CI de 160, Einstein reprobó los exámenes de admisión a la universidad la primera vez que los presentó.
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Según los investigadores, la inteligencia se hereda pero también se adquiere. Algunos piensan que la inteligencia se encuentra distribuida por todo el cerebro; otros, que se circunscribe a áreas específicas. También se ha dicho que incluye más de 60 habilidades y que la lógico-matemática tan solo constituye un aspecto de la inteligencia general.
Sea cual sea la verdad, se ha comprobado que la inteligencia permanece estable durante la vida. El catedrático Ian Deary y sus colaboradores de la Universidad de Edimburgo llevaron a cabo un estudio con más de mil personas nacidas en 1936 que habían resuelto pruebas de coeficiente intelectual a los 11 años (1947) como parte de la Encuesta Escocesa de Salud Mental. El equipo localizó a los participantes, ahora de 70 años, y les aplicó la misma evaluación. Se observó una correlación entre los resultados obtenidos en la niñez y la habilidad cognitiva en etapas posteriores de la vida.
Como señalan los investigadores en sus conclusiones: “Aunque la posición social se traduce en un mayor acceso a oportunidades educativas y de desarrollo profesional, la persona debe comprometerse con sus objetivos para aprovecharlas. De hecho, es probable que el factor más determinante para la función cognitiva en etapas posteriores de la vida sean los actos del individuo”.
Con base en lo anterior, podemos afirmar que aprender nuevas habilidades y adquirir conocimientos constituyen medios idóneos para mejorar el funcionamiento y la eficacia del cerebro a medida que envejecemos. Existen muchas maneras de desarrollar y mantener la agudeza mental.
También queda claro que existen diferentes manifestaciones de la inteligencia: desde la erudición del catedrático hasta la genialidad física del atleta. “La inteligencia no siempre se encuentra en la cabeza”, señala el catedrático de Harvard Howard Gardner al explicar su misión: explorar, identificar y delimitar los distintos ámbitos de la inteligencia. Luego de años de análisis y pruebas, el doctor Gardner utilizó una serie de criterios para postular la existencia de siete tipos de inteligencia.
En los ochenta, el doctor Howard Gardner propuso siete tipos de inteligencia y no solo la lógico-matemática. Como los colores, estas se mezclan para producir la diversidad humana.
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