¿Qué hay del enojo?
La ira puede ser una emoción sana y normal que nos permite reaccionar ante una situación de riesgo, pero también puede salirse de control.
La ira desbordada, esa furia repentina e intensa, puede provocar un infarto o un EVC: el riesgo de sufrirlos aumenta de 9 a 14 veces durante las dos horas posteriores a un episodio de ira.
Se caracteriza por un incremento rápido del ritmo cardíaco, de la presión arterial y de los niveles de noradrenalina y adrenalina en sangre. También es común que la persona que sienten enojo/ira se enrojezcan, suden, tense sus músculos y respiren de forma más rápida.Los efectos de la ira se hicieron presentes en un estudio que involucraba a más de mil personas con desfibriladores implantables —dispositivos automáticos que envían una descarga al corazón para regular alteraciones espontáneas y peligrosas en el ritmo cardiaco.
Los investigadores notaron que, con frecuencia, las descargas aumentaban después de algún episodio de ira. El riesgo de sufrir alteraciones en el ritmo cardiaco se cuadruplicó durante los 30 minutos subsiguientes a un episodio de ira moderada. Al cabo de dos horas, el riesgo en personas con niveles elevados de ira fue 10 veces mayor que en aquellas que se mantuvieron calmadas.
¿Liberarla o contenerla?
Sin importar cómo reacciones a ella, la ira desmedida es nociva para la salud. Tanto liberarla como contenerla puede afectar tu sistema cardiovascular de diversas maneras.
Un estudio que dio seguimiento durante 36 años a 1055 estudiantes de medicina reveló que, a la edad de 55 años, los hombres que manifestaban ira en mayor medida eran seis veces más propensos a presentar un infarto y tenían tres veces más probabilidades de desarrollar algún tipo de enfermedad cardiovascular, como un EVC.
Otro estudio enfocado en 200 mujeres indicó que, después de diez años, aquellas que regularmente se mostraban hostiles contenían sus enojos y eran más negativas y cohibidas, y tenían un riesgo considerablemente mayor de desarrollar aterosclerosis en las arterias carótidas que abastecen al cerebro.
Frena tu ira desde el comienzo
Antes que nada, distingue cuáles son las cosas que te molestan. ¿Qué es lo que te saca de quicio? Piensa de antemano cómo podrías reaccionar la próxima vez. Aprende a reconocer los síntomas de la ira —aumento de irritabilidad y aceleración del pulso
o de la respiración, por ejemplo— y actúa ante ellos tomándote tiempo para reflexionar. Respira profundo varias veces y date unos segundos, que serán vitales para liberar la tensión y evitar un arranque.
El ejercicio regular y la relajación te llevarán a tener menos propensión a los ataques de ira y a dejar de lado con mayor facilidad las pequeñas cosas que solían molestarte. Si tienes un problema grave de ira, considera tomar un curso para aprender a controlarla; puede mejorar tu vida… o salvarla.
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