Mientras el dolor corre por tu pierna, late en tus sienes o se te clava en el talón, lo último que tienes en mente es tu personalidad. ¿En qué podría afectar si eres optimista o pesimista, el payaso de la clase o una persona vergonzosa? En realidad, importa mucho, porque este no es un proceso simple y directo. Cada uno lo vive de forma diferente y la intensidad que es posible soportar varía incluso de un día para el otro.
Cuando te golpeas la rodilla contra el borde de la mesa, tus nervios envían un mensaje a la espina dorsal donde células guardianes especializadas lo filtran, ya sea dirigiendo la sensación al cerebro —y se envía la respuesta pertinente— o bloqueándola. Si el golpe es leve y te estás divirtiendo en una fiesta, puede que ni lo sientas hasta que termine la reunión.
Lo que notas cambia todo el tiempo, lo cual explica por qué tenemos diferencias individuales en la percepción del dolor y hasta variaciones en nuestras propias reacciones. Tus antecedentes también modelan tus respuestas: cómo respondían durante la niñez tú o tus padres ante raspones o moretones puede afectar cuánto y cómo sientes cuando ya eres adulto.
“Aprendemos sobre el dolor de nuestros recuerdos más antiguos, y esos son informados por toda clase de cosas” —dice el doctor Scott M. Fishman, jefe de medicina del dolor del UC Davis Medical Group—. “No hay una personalidad correcta o equivocada respecto de la reacción al sufrimiento: este es lo que el paciente dice que es”.
Pero el dolor no sobreviene en el vacío. Si tendemos a asustarnos cuando aparece o a creer que algo terrible nos está pasando, es probable que sintamos más. Si pensamos que siempre nos ocurren las peores cosas, podemos experimentarlo de un manera distinta que si solemos ver los obstáculos como problemas superables.
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La educación es la clave: si nos enseñaron a ignorarlo, le restamos importancia; si las reacciones en casa eran dramáticas, tendemos a exacerbarlo. Puedes admitir que el dolor no es algo que te beneficie directamente y una vez que entiendas cómo tu personalidad afecta lo que sientes —es decir, cómo lo percibes, cómo hablas de él y el lugar que le asignas en tu vida—, habrás iniciado el camino para minimizarlo. Te mostramos las personalidades y reacciones más comunes en cuanto a la respuesta a las dolencias.
Eres una persona enfocada en el dolor. Tienes una imaginación activa: lo ves como algo maléfico y estás seguro de que te conducirá a una enfermedad o discapacidad. El acceso a la información médica en Internet, la televisión y los libros alimenta tus temores. Si lees sobre una enfermedad, incluso rara, te convences de que la tienes. Tal vez visites con frecuencia a tus médicos, aun por malestares menores. Te damos algunos consejos para aminorar tu aprensión.
Sigues adelante, sin importar lo que pase. Después de todo, por eso mismo te elogiaban cuando eras chico: tenías asistencia perfecta y nunca permitías que un resfrío, una lesión deportiva o una mala noche se interpusieran con tu deber. Estas personas se avergüenzan de admitirse vulnerables. Algunos asumen un punto de vista global: ¿cómo pueden quejarse de una nimiedad cuando otros enfrentan situaciones mucho más graves? Por supuesto, algunos aspectos de esta personalidad son loables y tu fortaleza puede ayudarte a manejar el dolor, pero deberás lograr el equilibrio.
Cuando el dolor sobreviene, te quedas en la cama. Temes hacer cualquier cosa que te empeore y renuncias a tus actividades favoritas porque estás seguro de que necesitas descansar. Tal vez tuviste unos padres sobreprotectores y recibiste inconscientemente el mensaje de que, si algo duele, permanecer inactivo es lo mejor. Intenta estas actitudes.
A diferencia del soldado, que sabe que está dolorido pero guarda silencio, esta personalidad niega que algo ande mal. Puede ser un corredor con problemas de espalda y, sin embargo, sigue su rutina diaria y le achaca esa dolencia a una mala noche. Tal actitud puede derivar de un familiar que le tenía miedo a los médicos. Si tienes esta personalidad, prueba lo siguiente.
De manera subconsciente, quieres conservar tu dolor porque te sirve: da la posibilidad de responsabilizar a otros por tu situación. Tal vez aprendiste de chico que, cuando te enfermabas, obtenías mucha atención de tus padres y ellos se encargaban de todo. Temes que, una vez curado, los que te rodean desaparezcan y debas enfrentar la responsabilidad. He aquí como sentirse cómodo al tomar el control.
Te motivas a ti mismo, te autocriticas y te gusta tener el control. Estás an- sioso por obtener más información acerca de tu enfermedad y de lo que puedes hacer al respecto. No te gusta estar dolorido, pero tampoco permites que esto te defina ni te obsesionas. Combates el dolor al igual que otras tareas: con disciplina y consciencia. Estos consejos te permitirán aprovechar mejor tu motivación natural.
Y tú, ¿cómo percibes el dolor? ¿Alguna vez lo habías pensado de esta forma?
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