Tu fuerza de voluntad se quebró y abandonaste ese nuevo plan de cambiar tu alimentación que acabaría con esa vieja forma de comer, que es lo que te tiene en problemas.
Comenzaste con toda la intensión de seguirlo, consumías pequeñas porciones durante el desayuno, la comida y la cena, evitabas a toda costa el postre y jamás tomabas refrigerios entre comidas, sin embargo, tu estómago gruñía constantemente y te privabas de tus gustos favoritos.
A continuación, encontrarás sencillas soluciones con las que debería ser más fácil cumplir tus metas de alimentación y motivarte a establecerlas de por vida.
Por naturaleza humana clasificamos por categorías, aún cuando estas existen solamente en nuestra imaginación. Tendemos a incluir en nuestras conversaciones frases como: “Estoy a dieta” o “Me puse en onda saludable”, la lista es grande, pero todas pueden intervenir con tu proceso de cambio.
Mejor plantéate preguntas menos redundantes y más sanas, por ejemplo: ¿Comeré la hamburguesa de queso o mejor el sándwich de pollo? ¿Puedo prescindir de la crema con mi café? ¿Debo pedir unos palitos de queso fritos como entrada u opto por una ensalada? Comienza por hacer estas elecciones saludables al día y con el tiempo se volverá un hábito.
La meta nunca es cambiar radicalmente tus hábitos alimenticios durante 12 semanas; sino cambiarlos paso a paso, con cuidado y para el resto de tu vida. Lo que requiere adoptar una actitud y un enfoque completamente diferentes al típico: “Cambia todo ahora” de la mayor parte de las dietas de moda.
Concéntrate en realizar un pequeño cambio en tu alimentación a la vez. En cuanto se haya convertido en hábito, pasa al siguiente.
Aún si tardas unos cuantos años en alcanzar tus metas de alimentación sana, las tendrás para el resto de tu vida. Intenta comenzar con uno de estos cambios:
Los fabricantes de alimentos han aumentado tanto el contenido de sal y edulcorantes en los alimentos procesados que cuando nos topamos con alimentos más naturales nos parece que les falta sabor. Gran parte de lo que está mal en nuestra dieta tiene que ver con nuestras adicciones a lo dulce y a lo salado.
Si logras acostumbrarte a prescindir de estos dos ingredientes, descubrirás de pronto que los alimentos frescos y no procesados tienen mucho sabor y es un placer comerlos.
Trata de poner menos azúcar en tu café o té. Cómete una fruta como refrigerio en vez de golosinas o papas fritas. Evita cualquier alimento en el que la sal, el azúcar o el jarabe de maíz se cuenten entre los primeros cuatro ingredientes.
Elige alimentos que vengan en su forma natural y no de una fábrica. Eso significa huevos, carne magra, frutas y verduras, frijoles y granos enteros.
Las fábricas eliminan los ingredientes saludables de muchos alimentos, y luego los rehacen empleando aditivo; no sólo azúcar y sal, sino conservadores, colorantes y saborizantes artificiales.
Es hora de que vuelvas a las raíces de la madre naturaleza y te concentres más en alimentarte, pues particularmente en las naciones ricas y desarrolladas tendemos a darnos festines, es decir, usar la comida para dar a nosotros mismos y a otros un momento de felicidad, una recompensa e incluso una identidad.
Empieza por decidir que dos de tus tres comidas diarias serán estrictamente combustible para tu cuerpo, los alimentos deben elegirse por lo que aportan a tu organismo más que por lo que deleitan a tus papilas gustativas.
Eso te deja una oportunidad de hacer de tu comida una experiencia social y el disfrute de los sabores, reduciendo así tu ingesta de calorías.
Un refrigerio sano mantendrá tus niveles de azúcar bajo control y evitará que te excedas en la siguiente comida. Algunas opciones sanas son:
Puedes satisfacer tu antojo con cosas dulces y cumplir al mismo tiempo con algunos requisitos dietéticos importantes, por ejemplo, una cucharada de helado bajo en grasa sobre un tazón de moras.
Considera el postre como un refrigerio nocturno que pone fin a un día de haber comido maravillosamente bien.
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