Cómo funciona el oído
Por el oído nos entran las emociones, entendemos, nos comunicamos y podemos disfrutamos de la banda sonora de nuestra vida.
El oído detecta los sonidos, ondas vibratorias que viajan por el aire, y los transforma en impulsos eléctricos. Estos llegan al cerebro transportados por distintas fibras nerviosas y es ahí donde la mente los decodifica e interpreta. El proceso es similar a lo que pasa con el ojo al detectar la luz y convertirla en señales eléctricas; estas también terminan en el cerebro, que traduce los estímulos a imágenes.
Aunque varias estructuras intrincadas y delicadas del oído interno participan en la detección de los sonidos, el mecanismo es muy sencillo. Para empezar, el oído externo —esa estructura carnosa a la vista de todos— capta las ondas sonoras y las canaliza a la membrana del tímpano a través del conducto auditivo externo. Esto es más importante de lo que parece: a diferencia de casi todos los demás mamíferos, el ser humano no puede ajustar la posición de sus orejas para escuchar ruidos amenazantes, como los que hace un depredador al acercarse a su presa.
El tímpano, también llamado membrana timpánica, es una delicada lámina de tejido que separa al oído externo del oído medio y vibra al recibir el “impacto” de las ondas sonoras. Del otro lado de la membrana timpánica se encuentra el oído medio; esta estructura aloja tres huesos pequeñitos, los huesecillos del oído, que están unidos como los eslabones de una cadena. Estos comunican al tímpano con una estructura del oído interno, la cóclea, que tiene forma de caracol y consta de un tubo en espiral lleno de líquido. Los huesecillos del oído amplifican las vibraciones del tímpano y las propagan a una pequeña “ventana” en la cóclea.
El oído medio
Un pequeño conducto, llamado trompa de Eustaquio, comunica al oído medio con la parte posterior de la nariz y la garganta. Su función es garantizar que la presión atmosférica al interior de la cavidad se mantenga igual a la del exterior. Cuando la presión del exterior cambia súbitamente, como al aterrizar, la presión al interior del oído tarda en nivelarse. Es por eso que muchos se quejan de dolor o molestia. El fenómeno es muy común entre los niños pequeños porque el tamaño de sus conductos es menor que el de los adultos o niños mayores. Al bostezar, pasar saliva o masticar estarás ayudando a abrir el conducto. Por este motivo en ocasiones verás a los miembros de la tripulación ofrecer caramelos a los pasajeros antes de iniciar el descenso en la aeronave. Y es por eso también que escuchas un reconfortante “tronido” cuando se te destapan los oídos luego de un vuelo.
Al abrirse, la trompa de Eustaquio permite la circulación de aire y la expulsión de secreciones acumuladas en el oído medio en casos de infección, por ejemplo. No obstante, algunos padecimientos, como los resfriados y la sinusitis, pueden causar la obstrucción del conducto. Esto suele producir esa molesta sensación de constipación, típica durante infecciones respiratorias, y percepción distorsionada de los sonidos.
El oído interno
Las vibraciones se propagan a través de los líquidos de la cóclea hacia pequeñas células ciliadas dentro de la misma estructura. Tenemos más de 15,000 células ciliadas. Como su nombre lo indica, estas estructuras tienen pequeños cilios (“pelitos”) que se proyectan. Los cilios se mueven en respuesta a las vibraciones para generar señales eléctricas. Esto es similar a lo que sucede al tocar un teclado eléctrico. Los impulsos viajan a través del nervio auditivo al cerebro, estructura que interpreta los estímulos y les asigna un significado: puede tratarse de palabras, melodías o el tictac de un reloj.
Sonidos graves, sonidos agudos
Las distintas células ciliadas responden a diferentes frecuencias (se entiende por frecuencia al número de vibraciones sonoras que se generan en un segundo). En los sonidos agudos, como las notas altas de un violín o de una voz soprano, hay más vibraciones por segundo que en los sonidos graves, como los de una tuba o una voz profunda.
Las células ciliadas del oído que reaccionan a las notas de alta frecuencia parecen ser más vulnerables: tienden a lesionarse por exposición al ruido y también son las primeras que dejan de funcionar cuando envejecemos. Es por eso que a las personas con sordera parcial se les dificulta percibir las voces de las mujeres y los niños, pero no las de los hombres. Y por lo mismo, los jóvenes pueden escuchar sonidos que pasan desapercibidos para las personas mayores. Ahora ya sabes por qué los ruidos agudos son tan dañinos para la audición.
Cilios en acción en el oído
Las células ciliadas de la cóclea responden a vibraciones minúsculas. Basta con que el movimiento las haga recorrer una distancia menor a la del diámetro de un átomo para que se produzca una señal. Además, pueden detectar variaciones de presión menores a una mil millonésima parte de la presión atmosférica. Las vibraciones de los sonidos fuertes suelen crear ondas de presión mucho mayores, lo cual puede llegar a lesionar los cilios al hacer que se inclinen demasiado.
Lo anterior podría causar la muerte de las células. Como estas no se regeneran, la persona podría terminar con sordera permanente. Los ruidos fuertes también pueden obstruir la circulación de la sangre a nivel de los cilios y del nervio auditivo y dar pie a la formación de tejido cicatricial. Con ello, las células dejarán de funcionar adecuadamente. Según estudios recientes, el ruido excesivo estimula la formación de más radicales libres, químicos dañinos que, al acumularse en las células durante sus procesos metabólicos, aceleran el deterioro y envejecimiento. Esto también puede causar daño irreversible en las células ciliadas y el nervio auditivo.
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